El poscoronavirus, según Yves Cochet: «ecoaldeas, biorregiones y democracia local»

Por Alice Pouyat. Entrevista publicada el 20 de marzo de 2020 en la revista We demain.

La crisis del coronavirus es una nueva prueba de la necesidad de salir de la globalización

«La crisis del coronavirus es una nueva prueba de la necesidad de salir de la globalización»

El exministro del Medio Ambiente, Yves Cochet —y uno de los precursores de la colapsología—, hace un llamado urgente para cambiar la economía, creando biorregiones resistentes y solidarias, para hacer frente a la pandemia de coronavirus y a un posible colapso generalizado. Entrevista.

Yves Cochet se prepara para la «cuarentena» desde hace 15 años. El exministro de Medio Ambiente de Lionel Jospin, cambió su apartamento parisino por una casa en el campo —cerca de Rennes—, autosuficiente en agua, energía y comida, para hacer frente a un colapso de la civilización termoindustrial —profetizado sin descanso—, pero sin entrar en pánico.
Una crisis sanitaria bien podría acelerar este colapso, según este pionero de la colapsología francesa. La solución, según él: una rápida desglobalización, y un cambio en nuestro estilo de vida.
Yves Cochet publicó en septiembre de 2019 Ante el colapso, ensayo de colapsología (en francés, Devant l’effondrement, essai de collapsologie), editado por Les liens qui libèrent.

We Demain (WD): ¿Cómo va la cuarentena? ​
Yves Cochet (YC): Personalmente, no tengo de que quejarme, a diferencia de la mayoría de mis conciudadanos —y digamos, de la mayoría de la humanidad—, ya que vivo con mi hija y mis nietos en un lugar resiliente, autónomo en agua, en energía, y en comida, aun cuando hacemos algunas compras en el supermercado. El lugar es muy rural y remoto, así que tenemos la oportunidad de pasear por el parque. Es más bien la situación general y su evolución lo que nos preocupa.

WD: Algunos se burlaron un poco de su colapsología y de su estilo de vida actual. ¿Qué les diría hoy a ellos?
YC: Desde hace un tiempo, y sobre todo después de la publicación de mi libro en septiembre, la gente dice: «Se volvió paranoico, habla de colapso, del fin del mundo, de colapsología; todo eso no existe y nunca existirá». No les diría que «yo tenía razón», eso sería estúpido. Pero mis lecturas, mi experiencia, mis razonamientos desde hace 15 años, me han demostrado que una pandemia mundial bastante fuerte podría desencadenar efectos dominó en cascada en otros ámbitos —económicos, financieros, por ejemplo—, y por consiguiente, un colapso sistémico mundial.

WD: ¿Cree usted que la actual epidemia de coronavirus podría provocar este colapso generalizado?
YC: Todavía estamos lejos de una pandemia tan contagiosa como la gripe, y tan fuerte como el ébola, que tuvo un 50% de mortalidad —con el coronavirus sólo estamos en el 2%—, que pudiera provocar un colapso mundial. Por ahora, parece que la pandemia es bastante estable, que no hay mutación, pero no sabemos cómo va a evolucionar la situación.
De todas maneras, esta crisis sanitaria va a tener efectos. En primer lugar, el pánico de los gobiernos, que dicen estar dispuestos a entregar cientos de millones, «cueste lo que cueste», como dijo el presidente francés hace una semana. Eso significa fabricar billetes: es dinero político, ¡no quiere decir que haya reservas de oro guardadas!
Esto va a precipitar una crisis económica y financiera que ya estamos viendo, pero que será seguramente mayor en la segunda mitad del año. Los déficit y las deudas serán mayores que los que tuvimos en el 2008.

WD: ¿Así que el escenario actual, que hace diez días parecía surrealista para muchos, según usted era predecible?
YC: Sí. Por eso mi hija y yo compramos la tierra en Bretaña (Francia). Hemos preparado —tanto psicológica como materialmente— lo que en nuestro lenguaje un poco florecido llamamos un «biótopo de curación social», que esencialmente quiere decir: buenas relaciones, no monetarizadas, con nuestros vecinos geográficos; nos conocemos, intercambiamos favores. Nuestro lema —y espero que no logre volver historia lo que vivimos actualmente— es «o nos ayudamos mutuamente, o nos matamos mutuamente».
Si no nos ayudamos mutuamente a nivel local, con las personas que conocemos —y especialmente en los medios rurales—, todo se volverá una lucha por los servicios naturales que necesitamos, que son la energía, el agua pura y la comida sana.

WD: Los países que han logrado frenar la crisis —como China o Singapur— han apostado sobre todo por la autoridad central, la vigilancia, las pruebas generalizadas, las nuevas tecnologías… ¿Podríamos contar solamente con la solidaridad local?
YC: Para mí, la respuesta debe ser humana y política a nivel local. No sé qué nos depara el futuro, pero con coronavirus o sin él, es necesario construir ecoaldeas resistentes, biorregiones, en el marco de una democracia local. Incluso en Francia, las regiones actuales son demasiado grandes. Hay que desglobalizar realmente la economía actual. Una de las principales estructuras de propagación del virus es la globalización, los intercambios comerciales…
De cualquier forma hay que hacerlo, para que seamos más independientes del exterior, al cual estamos explotando indebidamente. Nosotros, los países ricos, constantemente estamos pidiendo prestadas hectáreas fantasma a los pobres en África, en América del Sur, en Asia Central: nuestra huella ecológica es mucho mayor que nuestro territorio real. Tenemos que reducir nuestro nivel de vida, ir hacia el decrecimiento. De lo contrario, será la guerra…

WD: Para usted, ¿esta crisis sanitaria es también una señal de disfuncionamiento sistémico?
YC: Sí, y muchos analistas lo reconocen ahora, incluso algunos capitanes de la industria o economistas clásicos: la globalización tiene sus límites. A pesar de la aparente «solidaridad» entre las economías nacionales —ya que desde hace más de 25 años se intercambian bienes— se intercambian males más que nada, como decía Ulrich Beck. La última vez fueron los activos podridos de los bancos estadounidenses.
Esta vez es un virus. Es diferente, pero podemos ver que la epidemia es mundial. Cuando los países eran más «independientes» en términos financieros, en términos de comercio, había menos propagación y contagio. Esta es la señal de que hay que volver al nivel local, a una mayor independencia, sobre todo en los ámbitos alimentario y energético.

WD: Después de la crisis de 2008, el sistema no ha cambiado radicalmente… Esta vez, ¿usted cree que habrá un «poscoronavirus»? ¿Esta experiencia nos servirá de lección?
YC: Esto depende de varios factores, principalmente de la magnitud de la catástrofe humana. Si se llega a mantener dentro de unos ciertos límites —supongamos, por ejemplo, que en el otoño de 2020 se produzca un millón de muertes en Francia—, no será de todos modos lo mismo que 10 000 muertes, como en una gripa estacional. Lo mismo ocurre a nivel europeo y mundial.
Y también depende de las muertes «indirectas» del coronavirus. Si hay una interrupción en la cadena de suministro de alimentos, por ejemplo, o si hay deserción de conductores, entonces se corre el riesgo de que haya escasez. Y si no tenemos todos los días suministros en los supermercados o en las tiendas de comestibles del barrio, estaremos a pocos días de los disturbios. Como decía Churchill: «Entre la civilización y la barbarie, sólo hay cinco comidas»… Esto puede ser muy serio desde el punto de vista político, pero, por supuesto, todavía no lo sabemos.

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